No hace mucho buceábamos en un diccionario guaraní para encontrar en él nombres y palabras que pudieran darnos la primera pista, la primera piedra para empezar a construir algo más grande. Y es que darle un nombre a tu empresa, tu negocio... tu sueño, no es fácil. Barajas miles de opciones que te dicen “algo” y que, a la vez, no te dicen nada en concreto.
Rebuscas.
Indagas un poco más allá. Tratas de crear lazos de unión entre lo que significa para ti y lo que puede significar para el resto, entre lo que conocemos y lo que desconocemos, entre el sentido literal y el metafórico…
Sigues buscando…
Y un día, consigues dar con algo que lo conecta todo. Algo que, como por arte de magia (con mucho de arte y un poco de magia,) hace que todo tenga sentido y, aún más, que le da a todo una dirección lógica, un recorrido más allá de su significado verbal, algo emocional y racional al mismo tiempo, algo experiencial, algo que, incluso, te golpea dentro.
Los nombres no caen del cielo, no. Los buenos nombres tienen una historia detrás. Los buenos nombres dan color, son el diapasón para la orquesta, llaman a públicos y permiten construir a su alrededor todo aquello que tu marca significa para ti y, lo más importante, lo que querías que significara para el resto.
Esa sensación de haber elegido bien un nombre (como cuando le miras la cara a tu hijo y piensas que sí, que no podía llamarse de otra manera), la hemos tenido con muchos de nuestros trabajos de naming: TOPA SUKALDERÍA, nuestro querido KOMOREBI, la potencia de la MODIVACIÓN de Manila… Nombres que hoy forman parte de la vida de muchas personas y por supuesto de la nuestra, como Oreinalde, BuntPlanet, Datik, Efficold, Onnera, LeChic, Sunday Atelier, Sâmar, Sinnek, Talo, Vuelve Marcela…
Tan sólo algunos de los muchos namings fruto de un proceso de inmersión creativa total, del pensamiento, el razonamiento y la ensoñación, que hoy conviven con nosotros y que parece que llevan ahí desde siempre…